viernes, 9 de julio de 2010

Llegando a la conclusión de que no tengo nada interesante para decir...
Hoy arranqué con la mudanza, en cierto modo. Vendimos mi escritorio y se lo llevaban al mediodía, por lo que pasé la mañana vaciándolo. Le tenía tanto miedo. Me mentalicé con que no era necesario hacer una verdadera limpieza ahora, sólo tomaría las enormes acumulaciones de papeles y libros cual bodoques de muertos y los pondría en bolsas. El trabajo jodido vendría en la nueva casa.
Pero me resultó imposible. ¿Cómo no ver, si cada pedazo que agarraba de esa masa se desgranaba en mil migajas? No me sorprendí de encontrar una increíble cantidad de cuadraditos olvidados, que caían lentamente al piso como plumas, sin sentido en el conjunto inclasificable mas algunos fuertemente cargados de de significado? Líneas y líneas de mis expresiones más tiernas, de por allá cuando tenía doce o trece años, y por doquier dibujos y más que dibujos, bocetos en lápiz negro. La mayoría, extremadamente repulsivos; algunos pocos me tocaron un puntito de orgullo en el pecho.
Sin embargo, repito, no hubo asombro, no hubo novedad. Cada pieza apilada en el silencio tenía también un lugar en mi cabeza. ¿Cómo dejar todo eso atrás, el pasado? Opté por tirarlo todo: eran como brasas ardiendo que tenía que echar por la ventana. Dejé sólo cosas duras y frías, necesarias: libros, cuyo contacto con mis manos me hicieron sentir terrenal, calma y sobre todo, limpia.
Ahora tengo el cuarto lleno de cenizas. Y por dentro, el cráneo tatuado a fuego. Qué cosa jodida, esto de mudarse...

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